Sentarme a escuchar. Buscar tus clics. La mención de tu
nombre. Un apodo.
Percibir el balanceo errático de una banqueta.
Violeta.
Imaginarte girando en espiral en un cuarto de dos por dos tocando
botones.
Armando listas, tachando errores.
Presenciando a través de un vidrio
todo tipo de escenas como investigador en un caso criminal.
Observando al acusado del otro lado sufrir y sudar sin final.
Alterar canciones con historias.
Comentar o acotar sonoramente capaz.
Presentar algún tema si el aburrimiento puede más.
Interpretar la música que elegiste.
Alucinar el vaivén de
tus brazos dibujando un semicírculo en el aire cautivante.
Atravesados
por una emoción pero limitados por el espacio reducido. Asfixiante.
Permanecer hasta que las
neuronas hagan sinapsis.
Esperar a que tu voz surja del
parlante.
Esperarte.
Obedecer a la luz roja, titilante.
Cuando prende, todos
serios.
Cuando no, cuando muere y deja tras de sí un halo de misterio, circulan
los mates.
Varias miradas puestas en el tablero, expectantes.
Ir y venir de personas,
movimientos constantes y envolventes.
Un comentario gracioso, una risa lejana,
la luz roja nuevamente.
El operador transpira, suspira.