Van cuarenta días sin
verte. Y pensar que antes no aguantaba ni tres. En este tiempo creo que pasé
por toda la gama de sentimientos posibles. Del amor al odio y al amor de nuevo
en cuestión de segundos. Minutos. Horas. Siempre esperando a que pase el
tiempo. A que no duela tanto. A respirar de nuevo. Porque la angustia te genera
eso, te da esa sensación de “hasta acá llegaste, ahora te voy a oprimir tanto
el pecho que el aire no te va a llegar a los pulmones y vas a sentir que te
estás ahogando”. Pero entonces recuerdo que esto también va a pasar y me
esfuerzo por respirar. No me calmo, pero me distraigo, y eso me lleva a un
lugar similar al de la calma. Mi cabeza se llena de imágenes tontas de series
tontas que no están ni remotamente relacionadas al amor, porque si no lloro.
Porque paso por la esquina donde me dejaste y lloro. Porque paso por la puerta
de tu casa y lloro, y escucho tu nombre y lloro y pienso en vos y lloro. Parece
que todo me llevara de la manito a llorar. Un llanto desconsolado, intenso,
horario. Horario porque se puede dividir en horas, dura horas. Si el día tiene
24 horas hay 6 que “duermo” soñando que estamos juntos de nuevo y me querés y la vida sigue como yo pensé que iba a ser el resto de mi vida.
Las otras 18 horas las lloro, las recorro, las aguanto, espero a que pasen y ya. No me sale concentrarme en nada más que en el dolor que
me provoca el que me hayas dejado de querer. La mentira del “te amo” hasta el
último día. La timidez de mierda, el que no hayas podido afrontar y decirme a
la cara las cosas. Porque “no te odio, no estoy enojado, te amo, pero así y
todo, te dejo” no tiene ningún sentido. Yo solita tuve que entender que aunque
tus palabras decían una cosa, tus acciones me mostraban otra. Y vuelvo
mentalmente al último beso, al último abrazo, a la última caricia, todo el
tiempo.
Pero me obligo a salir. A
donde sea. Pero salgo. Ya pase por la casa de todas mis amigas, de todas mis
primas, ya no comí la comida que me daban, ya escuché mil veces el “pero tenes
que comer algo”, el “ya vas a estar bien, es cuestión de tiempo”, el “es para
mejor, por algo será” y todas esas frases inventadas que buscan hacerme sentir
bien y me causan todo lo contrario… ¿Y qué si no quiero estar bien? Si no
quiero avanzar, no quiero mirar para adelante y verme sola de nuevo, o peor,
con alguien más. Si me quedé hechizada con los ojitos verdes y no quiero volver
a mirar otros ojos…
Al final, me tengo que
convencer que no eras la persona para mí por esto o por aquello y seguir, sola.
Reinventarme. Cambiar el color de pelo, el corte, la forma de mi cuerpo, la
ropa, guardar las fotos y los regalos y los recuerdos en algún lugar recóndito
y de a poco dejar de llorar.
Y salir. Seguir saliendo
y distrayéndome. Hasta que en algún momento dejan de ser distracciones para
convertirse en un “pasarla bien” y así hasta llegar a divertirme. A volver a
reír como lo hacía antes. No tan intensamente como me reía con vos, pero en
algún momento va a volver esa intensidad a mí y voy a ser imparable.
Voy a estar renovada, lista para un nuevo amor, nuevas aventuras, cambiar
de aire. Y es que necesito eso, cambiar de aire. Por eso te bloqueé de todos
lados.
De mi corazón, sí,
seguro, pero también de las redes, para no ver lo que es de tu vida sin mí.
Prefiero imaginarte como eras antes, antes de recibirte, de pelarte, de
viajarte todo, todo sin mí. Porque comprendo de a poco y aunque me duela que
podes vivir sin mí, y entiendo que yo también tengo que poder vivir sin vos.
Repito, aunque me duela. Entonces me quedo con esa imagen de lo que eras
conmigo. No quiero saber quién sos estando solo. Saliendo con amigos,
conociendo a alguna piba que te haga mejor, que te banque
cosas que yo no.
Pasé por fiestas donde se
suponía que tenías que estar, lloré lo que tenía que llorar, fumé uno que otro
cigarrillo y tosí como una bestia. En un acto trágico de violencia hacia mi
cuerpo, se ve que no se me da más eso de fumar cuando estoy mal. Pero si se me
da el no comer más. Cuando la angustia es tanta que no te permite respirar, la
garganta se te cierra por completo, los ojos se te llenan de lágrimas y la
comida no pasa. Hoy peso 54 kilos. Record.
¿Me hace feliz pesar 6
kilos menos? No lo sé. Pero me gusta la sensación de tocarme las costillas, de
sentirme más frágil, más liviana. La ropa me entra mejor, los jeans me quedan
tan grandes que mi abuela me regaló un cinturón, tengo que volver a usar
viejos corpiños porque voy retomando mi forma original… Creo que prefiero ser
gordita y feliz que flaquita y depre, pero me viene genial bajar de peso.
Probé cosas nuevas, eso
sí. Cursos de escritura, de inglés, de danza aérea con arneses… Este último mi
preferido, me dejó unos moretones violetas hermosos. A veces me gusta ver mi
cuerpo magullado. Ver que lo que siento por dentro se refleja afuera. Escuchar
“se nota que estas más flaca”, “que mirada triste que tenes”. Pero también me
hace bien escuchar todo lo contrario; “Hoy te veo más entera”... ¿Qué onda esa frase? ¿Sin vos “no estoy entera”?
Tengo
pánico a que la gente me pregunte por vos porque… ¿Cómo hablo de
vos? ¿En pasado? ¿En presente? Para los nuevos sos mi ex, para los que te
conocen tengo que estar aclarando cuál ex sos. Con mi familia es más fácil, te
llamo por tu nombre y ya. ¿Y? ¿Qué se siente andar por la vida diciendo
"mi ex"? ¿No es espantoso?
También probé el famoso
curso del arte de vivir, que me hizo llorar y descargarlo todo como una condenada. Cada vez que
tenía que inhalar y volver a exhalar, era un esfuerzo descomunal, donde sentía
que mi cuerpecito pequeño y frágil no iba a aguantar un segundo más. Que mis
costillas, ahora notorias, iban a hacer un sentido “pop” y se iban a quebrar en
miles de pedacitos. Todo eso sentía. Porque uno siente todo a flor de piel.
Nada pasa afuera, en la vida real. Pero pasa adentro. Adentro pasan miles de
imágenes que hacen “pop” y te aparecen y no las podes sacar aunque quieras. Los
proyectos a futuro, las promesas que nos hicimos, la última vez que me dijiste
mi amor… Uf, esa sí que no me la podía dejar de repetir en la cabeza, hasta que
de a poco empecé a olvidar el sonido de tu voz.
En fin, terminé el curso, cerré una etapa y por unos días dejé de llorar. Buena señal. Y además me di cuenta de que toda pérdida tiene alguna ganancia; en mi caso fue un oído más atento, más agudo. Pude entender de otro modo todas las historias de amor de
la gente que me rodeaba, y me pregunté cómo es que no las había escuchado
antes. Si seguramente ya me las habían contado, cómo es que ahora escucho todo
de una manera totalmente distinta, más crítica. Que tal se fue y
volvió a los tres meses, que tal otro se fue para nunca volver, que no sé quién
amaga con irse todos los días y no desaparece más… Y quiero creer que alguna de
esas miles de historias se puede llegar a cumplir con nosotros. Que te fuiste
no porque "se te fue el amor" -frase que detesto-, sino por una crisis existencial tuya. O porque las
cosas iban demasiado rápido. O por alguna de esas pavadas por las que los
hombres de repente se borran y vuelven arrepentidos a los pocos meses… Pero
pasan los días y me doy cuenta de que no es así. Que nuestra historia es distinta.
Que de la separación no se vuelve y no tengo que esperar más a que ocurran
cosas imposibles.
Y sigo sin esperarte pero
esperando. Esperando a que me escribas por una serie o una película que viste,
porque es una fiesta, fin de año, mi cumpleaños. Porque pensaste en mí. Pero
cada día que pasa es una reafirmación de que ya no pensas en mí. Y si lo haces,
no es de la manera en que lo hacías antes. Con deseo, con amor.
Y no puedo evitar
imaginar en quién podes estar pensando con deseo, con quién compartís la cama
ahora, quien te hace compañía por las noches cuando te cuesta dormir. Y desvío
los pensamientos de ahí porque sé que lo único que van a provocarme es
daño.
El fin de semana pasado
salí. Pero salí en serio. Después de que pasó un mes de la última vez que te vi
salí con ganas de salir. Tener ganas para lo que sea en estos días es algo
prácticamente milagroso, pero bueno, salí. Fui a bailar, me divertí, tomé,
grité. Grité tu nombre con cada canción de despecho que pasaban. Me hice creer
a mí misma que te tengo superado y bailé y me descontrolé completamente.
Le dejé mi número de
teléfono a más de uno incluso, ruego que no me escriban, no me llamen, no me
hablen, porque después de todo, admitámoslo, no sos vos.
Por eso tampoco pude
estar con nadie. No pude hacer más que bailar con chicos que medianamente me
llamaban la atención y sentir… Nada. Porque tocar la mano de otra persona que
no fueras vos era sentir nada. Ni asco, ni tristeza, ni deseo. Nada. Me niego a
besar a nadie más, no porque esté esperando a que vos vuelvas, sino porque
nadie en este momento me genera deseo. Puse todo mi amor en vos, creí en el
“para siempre”, confié en los planes que teníamos y ahora no puedo mirar para
otro lado. Dentro de un tiempo seguramente pueda creerme de nuevo lo del “para
siempre” con otra persona, pero por ahora no puedo. No quiero, me niego.
Así que acá estamos.
Menos lágrimas, menos espera, más tranquilidad. Todavía apareces en algún que
otro sueño, seguro. Todavía espero encontrarte cada vez que doy la vuelta en
una esquina, que voy a un bar lleno de gente, que salgo con amigas. Si estoy en la calle siento que te voy a encontrar todo el tiempo, siempre. Y si encima salgo sin
arreglarme me escondo lo más posible porque siento que me vas a ver así o algún
conocido tuyo me va a ver así y te vas a regodear en lo bien que estás después
de todo... Y en cómo las cosas se dieron vuelta, porque yo era esa
personita vivaz y alegre que se robó tu corazón con sus gestos y sus payasadas
y vos eras introvertido, nunca habías tenido una novia formal, no sabías ni
siquiera lo que era amar.
Te descolocaba, me
acuerdo. Me decías que no tenía sentido. Y no, el amor no tiene sentido. Te
pone el corazón patas para arriba y te hace sentir infinito, aunque sea por un
ratito. Y como creo tanto en el amor y lo que me genera es algo tan único, es
que creo que me voy a volver a enamorar. Y voy a volver a ser esa torpe, sobre
gesticulada y llamativa persona que era cuando te conocí. Y alguien se va a
enamorar de mí.
Y es que me esfuerzo por
pensar más en mí y no tanto en vos ni en lo que podes llegar a pensar de mí.
Porque es así, porque tengo que empezar a priorizarme, ver mejor a quién le
entrego todo y por quien lo arriesgo todo y por quién no. No me queda otra.
Y aunque todavía te
quiera, no te amo más, al menos no como te amaba antes, que hubiese dado la
vida y más por vos. Y cada día que pasa duele un poquito menos y me convenzo un
poquito más de que en algún momento voy a amanecer sin pensarte en todo el día. Y me pongo ansiosa, no puedo esperar a que llegue ese día.
Ese día, esa semana, ese
mes… El momento que sea donde ya no estés más en mis pensamientos y en todo lo
que siento y que tu recuerdo no sea más que eso, un recuerdo, y no una herida
sangrante. Y aunque algunas marcas no se borran, espero poder borrar ese sentimiento de vacío
inmenso que me dejaste adentro y de a poco ir llenándolo de mí. De mis deseos.
De mis proyectos. De mi futuro. Porque no pienso dejar de viajar y abrirme y
conocer gente y lugares y proyectarme. De reencontrarme conmigo misma y de
sentirme de nuevo yo.