13.9.17

Debugging

Las primeras noches, sin importar que tópico traten, son definitivamente las más difíciles. En este período de mi vida, me enfrento con el desafío de la primera noche sola en una nueva ciudad, una y repetidas veces.
En Edimburgo, en Berlín, en Praga, en Munich... A donde sea que llegue, si es de noche, y más aún si todavía no conozco la ciudad, representa un dilema. Toda esa energía embotellada de largas horas de espera en estaciones de tren y aeropuertos, se hace presente como despertador un domingo temprano a la mañana y pide a gritos escapar. Y como no soy de esas personas que salen a correr de noche, algo tengo que hacer igual.
Me arreglo, me predispongo, salgo.
Me enfrento a la noche solitaria, no cuento con palabras en alemán o en checo para poder negociar un precio, viajar en metro, hacer amigos... Y sin embargo, acá estoy, escribiendo desde un bar, sentada en la mesa más grande y fría que ví en mi vida, tomando una larga cerveza y recordando la gente que me encontré en el camino.
Deseando conocer a los próximos que llenarán mi memoria de recuerdos y le pondrán (por fin!) palabras a mi vocabulario... Aquellos que me hagan sentir un poquito más yo de nuevo.
Pasa que, después de muchos días sin hablar, o hablando directamente en inglés, olvidé hasta la manera en la que se dice Argentina en castellano, e incluso cómo se pronuncia mi nombre en mi propio idioma, partes fundamentales y necesarias de mi ser; mi identidad básicamente.
Soy ésto que puedo con el inglés que tengo, defendiendo mis ideales en un idioma cuyas palabras no manejo, no soy.
Soy quien puedo a donde llego, quien me lleva ahí y quien me nombra. Soy 'Camille', 'Keymi', 'Ey Argentina!' o como quieras llamarme.
Puedo descender de australianos y pretender que mi vida está determinada por alguna guerra inexistente que me obligó a escapar de mi tierra.
Puedo ser española, italiana, chilena (con gente angloparlante, no?).
Puedo actuar y asi pretender ser alguien que no soy, pero al mismo tiempo, estaría siendo más yo que nunca -actriz, mucho gusto-.
Me acuerdo patente la primera vez que jugué a ser alguien que no era, pero en la vida real; cuando en una de esas cadenas internacionales de café me preguntaron '¿Cómo te llamas?' respondí 'Vanessa'. Simple. Con el tiempo fui 'Amanda', 'Samanta', 'Miranda'...
Hoy y en este lugar, elijo ser yo (o esta nueva versión de mí que lleva al aire poco menos de un año) para seguir degustando nuevas identidades y probarme el 'yo' que mejor me quede.
Y no voy a pensarme cómo era el año pasado. No tiene sentido, no me interesa volver.
Mi actual versión de mí se basta de sí misma para ser feliz y tuvo varios encuentros en el camino con otras almas, otros 'yo', que me desafiaron una y otra vez a reinventarme y así poder sacar al mercado la mejor versión de mí que esté disponible (un equivalente a actualizar el sistema operativo del celular).

Esa es la nueva, engancharme y desengancharme de todo y de todos una y otra vez. Depender sólo de mí y hacerme bien sin límites. Amarme con desenfreno, jugar en los juegos para chicos, correr cuesta abajo, ponerme bajo la lluvia y empaparme hasta lo que no se debería mojar. Cuidarme haciéndome pelota, y hacerme pelota al cuidado de mí misma. Darme los espacios y los tiempos para hacer y dejar de hacer lo que no quiera y respetarme por eso. 

¿Volver igual, a pesar de que me fui? No me queda otra.
¿Volver igual que como me fui? Imposible.
No es escapar, es desatarme de todo aquello que me transforma en un ser odioso y reencontrarme con la libertad de ser yo misma en su máxima potencia. Eso es lo que hoy me hace ser -o sentirme- más yo que nunca. Y eso es también lo que me llena y me hace feliz.


                             París, Francia