Intentemos describir algo tan inenarrable como la angustia, o
mejor dicho, esa sensación que genera la angustia. Si tuviera que dibujarla
como algo tangible, físico, que "está ahí", diría que se parece
bastante a un agujero negro que a medida que se expande, toma forma de espiral.
Cuanto más gira, esto es, cuanto más pensamos y más vueltas le damos a un
asunto, más hondo cala y más nos cuesta "salir de ahí".
La quemazón que provoca la acidez estomacal, es bastante similar a
ese ardor que sentimos cuando la angustia nos invade, pero de manera más
comprimida, más puntual, porque ataca directamente el lado izquierdo del pecho,
ahí donde se ubica ese inencontrable espacio que llamamos corazón. Y, aunque no
sabría explayarme sobre por qué ocurre ahí (y no en otro lado) o explicar las
alteraciones químicas que suceden en el cerebro, solamente sé (o siento) que
allí es donde se forja, donde surge, donde se siente nacer ese dolor
insoportable que te priva de oír al mundo, te corta la respiración y te inunda
en lágrimas.
En esas instancias, que se viven como eternas, estamos más
conectados que nunca con el deseo de desapegarnos de todo, recurriendo al sueño
como primer escape. Pero claro, es imposible dormir, porque los pensamientos
incesantes se asientan cómodamente y te impiden entrar en un mundo alterno.
Recurrir a pastillas, calmantes y otros obnubilantes, suele ser el accesorio preferido para introducirnos en un terreno que nos promete, ante todo, armonía. Inevitablemente, los fármacos nos marean, nos confunden, nos relajan.
Pero al fin y al cabo, la única manera de atravesar ese oleaje de
incertidumbre y destellos de un dolor que no promete mejorar, es hacer el esfuerzo de llegar al otro
lado…
Semivivos capaz. Pero vivos al fin.
Muro de Berlín, Alemania
Semivivos capaz. Pero vivos al fin.
Muro de Berlín, Alemania
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