13.7.17

(8)33

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Empecé a ser consciente del deseo corriendo entre mis venas cuando tu voz se hizo presente entre mis desvaríos. Que irónico que, estando en un cementerio, rodeados por la muerte, nuestro intercambio de palabras me hizo sentir más viva que nunca. Es que tu voz, tu dulce y resonante voz (la cual soy incapaz de representar, mucho menos de reproducir, por más de que mi cabeza lo intente), me elevó y me guió a lo largo de todo el viaje. No podía dejar de estar pendiente de esa voz, de tu perspicacia al comentar, tu forma original de jugar con las ideas, la conjugación de tus palabras, tu manera de expresar tu punto de vista, el modo que tenías de hacerme vibrar con cada consonante y cada vocal que pronunciabas. Era imposible concentrarme en otra cosa que no fuera en las preguntas que hacías. Mi razonamiento quedaba colgado como ropa recién lavada craneando posibles respuestas o alguna repregunta que te hiciera darte cuenta de que soy algo más que un simple animalito. Que pienso por mí misma y que siento mucho más de lo que pienso. Tanto es así que una vez que dejo que ese remolino -de andá a saber qué- se apodere de mí, no le puedo bajar el volumen a todo eso que me pasa. Es como una radio a la que se le rompe el dial. Simplemente sigue sonando sin ningún tipo de control.
Me hiciste perder el control. Era capaz de hacer todo lo que fuera (humanamente) posible con tal de sentirte mío. Pero estás demasiado fugado de vos mismo como para pertenecerle a un otro. Decidiste escaparle a lo que rige como regla general y ser alma libre, emanciparte de todo aquello que te ate.
Y yo, voluntariamente, me hice creer que tu modalidad podía variar, como también lo habrán creído tantas otras. (Con esas habilidades en otros tiempos te habrían tildado de brujo y quemado en la hoguera... En fin...)
Somos varias -no nos engañemos- las que pudimos disfrutar de tus encantos, siendo conscientes en el fondo de que te estabamos tomando prestado por un ratito. Y, al menos yo, no pensaba desperdiciar esa oportunidad, ese 'mientras' que inocentemente imaginaba peripecia.
Estuve pendiente de tu sombra cual conductor principiante que maneja en ruta por primera vez. Los días de caminata eran mis preferidos. Si así lo querías, te acercabas a mí para preguntarme qué libro estaba leyendo o para debatir acerca de la educación en algún país lejano (basándonos en mínimas representaciones de la realidad, obvio, ¿pero a quién le importa?). Y si no, yo te buscaba a vos, atenta, expectante, esperando a que me dieras el pie para comentar algo o iniciar una charla, lo que fuera que me permitiera escuchar tu voz tan sólo un ratito más. Un poco más de anestesia hasta el próximo encuentro. Drogadicta a tu voz, dependiente de tu andar. Si lograba hacerte reír, mi alma extasiada descansaba de su constante tortura por unos segundos más.
Las dos o tres horas (quién sabe, yo al menos perdí la cuenta) del viaje más largo entre ciudades, fuiste todo mío. Ahí sí. Nos rodeaban los ronquidos y exhalaciones de treinta y nueve personas que dormían plácidamente, y vos y yo intercambiabamos creencias, ideales, reflexiones sinfín, en una lucha por abalanzarse sobre el otro silenciosa, pasiva. Reemplazamos las manos, los mimos, el contacto, por palabras arrojadas hacia el otro que escalaban intensivamente.
Que si hay un destino, que si existe la vida después de la muerte, que cuál es el propósito de todo... ¿Y qué importancia tiene todo eso? Si lo único en lo que puedo pensar, lo único que tiene sentido, es tu cuerpo aferrado a mi cintura, callándome con besos el tren de pensamientos.

Silencio. Desierto. La luna. Una foto.

                                                                                                                    El amanecer en Masada, Israel

En un abrazo pulcro y respetuoso contuve tus lágrimas. Era el primer contacto real, piel a piel, que tuvimos. La primera vez que pude apreciar el contorno de tu cuerpo y no sólo imaginarlo. A los dos nos costaba respirar, pero por dos motivos muy distintos. El tuyo, la melancolía. El mio, la agonía.
A medida que pasaban los días la tensión crecía, vos te alejabas, yo enloquecía.
La anteúltima noche y sin quererlo (pero muriéndome de ganas), extasiados y emborrachados, atragantados de alcohol pagado en moneda extranjera, tu cuerpo y el mío se encontraron. Y así como empezó, todo terminó. Apurado, a escondidas, impensado.
A pedido tuyo, me obligué a callar y salir de la manera más incómoda posible; en momentos espacio temporalmente distantes... Alejados como si fuésemos dos extraños en un ascensor.
Lección aprendida: Acceder no siempre implica estar de acuerdo con las bases y condiciones del juego.

De tu dulce voz me queda sólo un recuerdo y las ganas de volver a escucharte. Pero me dijeron por ahí que tu alma tiene dueña. Y a pesar de lo dulce que fue nuestro abrazo de despedida, sé que fui (o mejor dicho, siento que fui) una distracción de la rutina. Una excepción a la regla, un "ya que estamos..."
Así nomas. Sin tanto palabrerío, sin tanto filosofar.

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